Comentario
De cómo los soldados mataron a Malope, y las prisiones que hubo sobre esta muerte, con la de un alférez y de un matador de Malope
Venida la tarde, todos se juntaron en el cuerpo de guardia y el adelantado mandó que se abatiesen las cabezas y esconder el estandarte, cuando llegó uno de los que habían ido y dijo al adelantado, como llegando los soldados a casa de Malope los había regalado y dado lo que tenía; y habiéndole llevado consigo en cierta parte, estando el inocente seguro, un soldado puso la boca de su arcabuz en una sien de Malope, y pegándole fuego, cayó en el suelo palpitando; y que cierta persona doliéndose porque le vio penar, se llegó a él y con un hacha le hizo la cabeza partes, diciendo que nunca mejor cosa habemos hecho. Desta manera tan injustamente mataron a Malope; y dar tanto mal por tanto bien, más fuera obra para up demonio que para un hombre. Este tenía la tierra de paz, y daba de comer. Era medio para que lo diesen otros, y realmente era mucha su bondad. Disculpábanse, diciendo que Malope les había querido hacer una traición. Este parece que fue achaque para dar color a tanta impiedad como usaron. Riñeron al matador, y él dijo poniendo al orden su arcabuz: --Bien muerto está. ¿Hay quien quiera pedir su muerte? Mucho lo sintió el adelantado, y todos lo sentimos mucho, tanto por lo que era el caso en sí, como por la falta que había de hacer. Vino en una canoa el matador de Malope, a quien el adelantado mandó prender y con las manos atrás atadas poner un cepo entrambos pies.
Venían ya marchando por la playa la mayor parte de los soldados. Mandó el adelantado a los que consigo estaban se escondiesen en el cuerpo de guardia, y que en entrando, fuesen de cuatro en cuatro echando mano de fulano. Entró el ayudante de sargento mayor, y llegándose cuatro a él desarmaron y metieron en el cepo; llegó otro soldado, a quien sucedió lo mismo. Miraban estos dos a todas partes, y alcanzando de vista al paje del maese de campo, con los ojos le preguntaron por él, y el muchacho corrió por la garganta un dedo dando a entender ser muerto. Mostraron los presos bien su tristeza. Entró luego un sobrino del maese de campo a quien el general honró mucho, diciendo que sabía cuán servidor era del Rey; y lo mismo don Toribio de Bedeterra.
Llegó el alférez con el resto de los soldados, y el capitán don Lorenzo le desarmó, y con unos grillos lo entregó a cuatro arcabuceros que lo llevasen a un cuerpo de guardia algo apartado de allí. Andaba la mujer del preso gritando por entre casas y ramas, bien recelosa del daño de su marido, porque antes que viniese ya lo lloraba.
Don Lorenzo fue a llamar al capellán; y el buen padre, como veía el río turbio, no se atrevía a pasarlo, y así decía: --Señor capitán, ¿qué es lo que de mí se quiere? Mire que soy sacerdote: por un solo Dios que no me maten. --Venga conmigo, le dijo don Lorenzo; que es para un poco. Aquí, aquí, señor, y no pasemos más adelante: y desengañado ser para confesar al alférez, se aseguró y llegó detrás de un árbol, a donde el preso estaba. Empezóle a persuadir a confesión, porque lo querían matar. Dijo el preso: --¿Yo morir? ¿Pues por qué? El clérigo le desengañó. Dicen los que allí se hallaron, que dijo el alférez: --Sea, pues que Dios así lo quiere: y que yendo a ponerse de rodillas a los pies del confesor, que quien a cargo lo tenía y sucedió en su oficio, mandó a un negro del general que con el machete dañador le diese, como lo hizo, por la cabeza y oreja de un golpe, y luego otro: con que le cortó la cabeza, la cual fue puesta como las otras dos, y el cuerpo cubierto con unas ramas y a poco rato echado a la mar, y de su mujer bien llorado.
Acabado con el alférez, preguntó muy paso, al oído del general, el capitán don Lorenzo, a cuál sacaría del cepo. Mandóle fuese el ayudante a quien con liberalidad sacó el sargento mayor; mas todos pidieron al adelantado le otorgase la vida, como lo hizo, tomándole en sus manos juramento. Retiróse luego porque no le rogasen por el otro que había mandado sacar del cepo; pues el sargento mayor le tiraba de un brazo; del otro le tenía el piloto mayor diciéndole qué quería con tanta prisa, y el preso, desabrochado el cuerpo, decía: --Aquí estoy: si lo merezco, córtenme la cabeza. Doña Isabel y todos juntos pidieron al adelantado que le otorgase la vida. Hízole jurar lo que al otro, y lo perdonó. Levantado éste, puso lo ojos en la cabeza del maese de campo y las manos en el rostro, y llorando, decía en voz que todos lo oímos: --¡Ay, viejo honrado!; ¡y en esto venisteis a parar al cabo de tantos años de servicios del Rey! ¡Este premio se os ha dado! ¡Muerte afrentosa, y vuestra cabeza y canas puestas en un palo! Fuele un soldado a la mano y le dijo: --No puedo dejar de llorar la mal venturosa suerte del maese de campo, que le tenía en lugar de padre. Oyólo el adelantado, y mandóle que callase. Dijéronle diese gracias por haberle librado del peligro en que estuvo, y que agradeciese a los padrinos la buena tercería que le hicieron. Dio las gracias a todos, y abrazó al compañero con muchas lágrimas.
En cuanto esto pasó, el matador de Malope llamó al piloto mayor y le dijo su estado: que por Dios le rogaba fuese tercero en su necesidad, y la segunda vez le dijo con gran tristeza que rogase al adelantado le perdonase su yerro, y para que estuviese cierto cuanto le había de servir de allí en adelante, él se quería casar con la Pancha su criada (ésta era una india del Perú, de mala suerte, carachenta y lo demás) que el adelantado tenía en su servicio. Aseguróle el piloto mayor, diciéndole estuviese cierto que, sin que hiciese lo apuntado, le sería tan buen tercero como luego lo vería. iba el adelantado a sacarle del cepo con sus propias manos para que fuese justiciado: pidióle el piloto mayor le otorgase la vida, a que el adelantado casi enojado le dijo: --Con que tengo de pagar la muerte de mi amigo Malope que éste mató? Y el piloto mayor le dijo: --Con mostrar a los demás indios las cabezas de los dos muertos, para que entiendan se hizo castigo por la muerte de Malope: y para más obligarle le dijo mirase que éramos pocos, y que el lugar obligaba a perdonar. Dijo el adelantado se hiciese cargo de él, y le tuviese preso. Agradeció el piloto la merced, y sacado del cepo, lo entregó a cuatro lo llevasen a la nao.
Dio este hombre en no querer comer, hartarse de agua salada, y con la cara a la pared estaba avergonzado, porque unos le decían ¿cómo había muerto a aquel buen indio sin razón? Otros no hacían caso de él; antes merecía estar hecho cuartos por haber hecho tal maldad. Al fin parece que tuvo por más acertada la muerte que la vida. Dejóse ir gastando, y a pocos días murió muy arrepentido, habiendo primero recibido los Satos Sacramentos, que esta ventaja hizo a los otros tres. Y con eso se acabó la tragedia de las islas donde faltó Salomón.